Duelo en el Día del Libro

Hace unos días, en un arranque de sinceridad, publiqué lo siguiente en mi muro de Facebook:

En la vida y el arte, el éxito inicial depende de un elemento: la apariencia. Una novela aparenta ser buena por su portada, una obra de teatro gusta primero por su cartel, y una persona da buena impresión por su traje. La apariencia es la clave, luego la suerte, y en tercer lugar, el talento
La realidad de nuestro tiempo es así de cruda. Para triunfar en el arte se necesita ser un buen
vendedor y tener algo de suerte. Eso es lo principal, lo demás es secundario, o incluso insignificante. Hoy, Día del Libro, llamo a los escritores que, a pesar de tener una calidad brillante, no son lo suficientemente reconocidos. 

Me siento profundamente decepcionado con el mundo, y por su falta de justicia. Lo digo con toda sinceridad. Hablaba sobre ello con un escritor brillante, y le comentaba mi intención de volver al mundo tradicional, a buscar agencias y editoriales, ante lo tedioso que puede resultar una promoción por redes sociales que no sirve de nada. Este escritor me dijo que él se encontraba desencantado. En su caso, él sí estaba bajo el amparo de una agencia; pese a todo, hace demasiado tiempo que no consigue publicar nada. 
La autopublicación es la solución para unos pocos (generalmente los que llegaron primero, los que mejor se venden, o ambos), ¿pero qué hay de los demás? El olvido. El mundo tradicional tampoco les acoge. Están perdidos.

Algunos pensarán que exagero, pero no es así. Otro escritor, el mejor de quienes se autopublican (sí, hablo de ti, compañero), no tuvo más remedio que demostrar su frustración tras ver cómo, después de tuitear hasta el hartazgo, vendía un mísero ejemplar. Este escritor no tiene parangón en calidad. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que sus obras no merecen los puestos que ostentan. Sin embargo, por encima de él destacan las noveluchas de los escribidores, ésas de calidad cuestionable, argumento manido y morbo barato. 
Cuando leí cómo se quejaba de estas cosas por Internet, le contesté que estaba hasta los cojones de todo, y así sigue siendo. Hace falta estar hasta los cojones y que todas las injusticias literarias dejen de importar. Quizás entonces uno sólo escriba para sí mismo, y nada más.

Hoy es el Día del Libro. Merece la pena aproximarse a una novela, una de verdad. Pero ignorad la propaganda morcillera, las obras que se subieron al carro del último éxito de ventas. Rastread a los desconocidos, a los que sólo luchan con su creatividad y su pluma, y leed. 




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